Javier Milei asumió en el G20 de Brasil que es posible ejecutar una política exterior disruptiva, pero siempre respetando los ritos de la diplomacia. Además, el Presidente comprobó que es casi un paria en América Latina, que su discurso geopolítico es escuchado en el G7– Estados Unidos, Francia y Japón, por ejemplo- y que el mundo árabe fundamentalista ya colocó su nombre en la lista negra por su defensa irrestricta de Israel.
Milei considera que la ONU perdió su sentido original y que está en manos de una élite decadente que no sirve para resolver los diferentes conflictos globales. Desde esta perspectiva, el jefe de Estado retiró a la Argentina de la Conferencia sobre Cambio Climático en Baku, ordenó que se rechazaran ciertas iniciativas vinculadas a la mujer y las redes sociales, y voto en contra de una resolución de la ONU que protegía a los pueblos originales.
Esa dinámica diplomática alertó al bloque de sherpas que representan a los países en el G20. En Río de Janeiro no se temía por las posiciones de Milei -al final representa a un país soberano con intereses propios-, sino por las formas que podía exhibir el presidente argentino en un recinto de poder global que odia los chirridos políticos.
A estos prejuicios florentinos se debía sumar la predisposición negativa de Lula da Silva, que era el organizador del G20 y tiene una disputa personal con Milei. El presidente de Brasil, con sus décadas en el tablero internacional, jugaba a desequilibrar las posiciones de Argentina para imponer en el G20 el concepto de Milei como anomalía en el sistema mundial.
Lula hizo su número maltratando al presidente argentino en el saludo protocolar de inicio del G20, y Milei replicó con un movimiento diplomático que exhibió su predisposición a adecuarse a las reglas de juego sin perder su mirada de las cosas.
El presidente avaló el comunicado final del G20 -cuando Brasil filtraba a los medios locales que eso no iba a suceder-, y dejó asentadas sus diferencias respecto a la guerra en Ucrania, el conflicto en Medio Oriente y la propuesta de cobrar un impuesto a los “super ricos”.
La adhesión de Milei al documento, disociando la Agenda 2030, fue rescatado por los países del G7 -Estados Unidos, Alemania, Canadá, Francia, Italia, Reino Unido y Japón-, que encuentran al presidente un aliado firme en América Latina.
El G7 dudaba de Milei respecto a su apoyo al tratado de Cambio Climático, un asunto clave para esas naciones democráticas y con muchísimo peso en la economía global. Si el presidente había retirado la delegación argentina de la Conferencia de Baku, porqué continuaría apoyando el Acuerdo de París, que establece un marco normativo para combatir el Cambio Climático.
Al respecto, el canciller Gerardo Werthein terminó con las especulaciones: “La Argentina no ha decidido salir del tratado de París”, dijo.
Esta consideración política de Werthein, sumada a la decisión de Milei de plantear sus objeciones sin causar una hecatombe en el G20, provocaron comentarios favorables entre los socios del G7.
A diferencia del G7, Milei tiene pésima relación con ciertos mandatarios de América Latina. El pensamiento crítico presidencial es condenado por Lula, Gustavo Petro, Claudia Sheinbaum y Gabriel Boric, que participaron en la Cumbre del G20.
Los cuatro mandatarios soslayaron a Milei, y se presentaron como un supuesto balance de poder a la entente Donald Trump-Milei.
Milei fijó posición en las sesiones del G20, y también aprovechó el foro global para mantener su propia agenda presidencial. En este contexto, Milei se entrevistó con Xi Jinping, Kristalina Georgieva y Narendra Modi, quienes tienen relaciones políticas y económicas con la Argentina.
El presidente hizo una evaluación positiva de su viaje a Río de Janeiro, y ya prepara con Werthein sus nuevas travesías al exterior.
“El año que viene vamos a Davos”, informó Werthein en el lobby de su hotel antes de emprender el regreso a Buenos Aires.
El Foro de Davos coincide con la asunción presidencial de Donald Trump, que está convocada para el próximo 20 de enero. Ese día, Milei debería estar en Suiza para exponer frente a poderosos banqueros e inversores. El presidente se quedaría 48 horas en Davos.
(Fuente: Infobae)