El titular de la Diócesis de Posadas, Juan Rubén Martínez, difundió su Carta Cuaresmal en ocasión de iniciarse el año litúrgico.
Queridos hermanos y hermanas:
Nos disponemos a celebrar el tiempo cuaresmal como tiempo de gracia y penitencia que nos prepara a vivir más intensamente el misterio de la Pascua. Durante varias semanas nos prepararemos desde la conversión y la penitencia, pero sobre todo desde la esperanza, para celebrar el misterio de la Pascua. Es un tiempo para que acompañemos a Cristo, el Señor, en su vida y misión, en su pasión y sufrimiento, y en su entrega sin límites por amor, para nuestra redención. Este es el misterio de la Pascua donde el Señor da su vida muriendo y resucitando.
El propósito de esta carta cuaresmal es que nos preparamos para celebrar el misterio de la Pascua realizando un examen de conciencia sobre cómo vivimos el discipulado del amor a Dios y a los hermanos, sobre todo a aquellos que más lo necesitan, los más pobres y excluidos y que, por nuestra condición de cristianos, requieren que los privilegiemos y nos comprometamos con ellos.
Dios es amor y, si bien el amor es un don de Dios, también requiere que nosotros vivamos ese don como un discipulado, como un proceso que requiere de un discernimiento, de una ascesis, de un disfrute, pero también de exigencias que a veces son muertes pascuales para que ese amor tenga vida. En esta carta cuaresmal buscaremos discernir desde la gracia de Dios y desde la esperanza cómo vivimos algunas situaciones que obstaculizan el camino del amor que es don y llamado.
Entre los flagelos que obstaculizan vivir el don del amor y que podemos revisar en este tiempo cuaresmal nos encontramos con la indiferencia, la violencia y una pobreza creciente de tantos hermanos y hermanas. Estos son algunos males que tenemos que erradicar a través de lo que denominamos el discipulado del amor . Se trata de claves para amar a Dios y a los hermanos como a nosotros mismos. Estos flagelos son sólo algunos que consideramos importantes, pero cada uno podrá sumar aquello que le puede ser significativo considerar en un examen de conciencia cuaresmal. Considero importante situar este tiempo del discipulado del amor en una reflexión clave que nos presentó la carta encíclica del Papa Francisco «Fratelli tutti». Allí nos plantea la necesidad urgente de concretizar nuestra condición de hermanos y hermanas que se degrada rápidamente por una relacionalidad cargada de individualismo, violencia y odio. El Papa Francisco nos dice que no pretende «resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos». Esta encíclica social es «un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras». (Cfr. Fratelli Tutti, 6).
Algunos fundamentos bíblicos y aportes de pensadores teólogos y filósofos nos ayudan a comprender la impresionante valoración del cristianismo sobre la dignidad de la persona y su plena realización en su capacidad de amar. También esos fundamentos nos animan a comprender que la persona humana cuando se sumerge en el odio, la avaricia y la soberbia, siempre degrada y oscurece el llamado que todos tenemos a ser plenos, libres y felices. Desde ya en esta carta no podemos desarrollar el pensamiento riquísimo de tantos que aportan en la reflexión para favorecer un mundo más sustentable desde un humanismo que considere y valorice la dignidad de la persona, pero sí tomaremos algunos aportes del Papa Benedicto XVI que en el inicio de su ministerio petrino nos regala una importantísima encíclica denominada «Dios es amor». Desde allí trataremos de comprender la clave del discipulado y la ascesis del amor para vivir un mundo más fraterno como nos pide el Papa Francisco en Fratelli tutti. El Papa Benedicto XVI nos dice: «”Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida […] Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo» Cfr. (Deus caritas est, 1)
El Papa Benedicto XVI cuándo reflexiona sobre el fundamento de la palabra amor nos dice: «de los tres términos griegos relativos al amor –eros, philia (amor de amistad) y agapé– los escritos neotestamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos. Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa con la palabra agapé, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor». (Cfr. Deus caritas est, 2)
Es clave la comprensión de las palabras eros y agapé. En la encíclica el Papa hace una explicación de las mismas: ambas palabras son expresión del amor humano. De hecho, la palabra eros no es eliminada desde el cristianismo como algunos autores pretendieron criticar. Sino que su uso, sobre todo en la etapa precristiana se desvío de su sentido verdadero. Sin embargo, eros es una primera expresión del amor de impulso, válida, que necesita ser ordenada hacia un amor más pleno, donado, y que en los textos bíblicos se expresa como agapé. El Papa Benedicto XVI nos refiere una aclaración fundamental para comprender este proceso necesario del discipulado del amor: «En realidad, eros y agapé -amor ascendente y amor descendente- nunca llegan a separarse completamente. Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general». (Cfr. Deus caritas est, 7)
En nuestra vida experimentamos esto que reflexiona la encíclica «Dios es amor» sobre el amor como eros y agapé y el camino que requiere. Todos necesitamos aprender a amar. Si bien el amor es un don de Dios y nosotros fuimos hechos a imagen y semejanza de un Dios que es amor, en la cotidianidad necesitamos realizar un camino que integre nuestra alma, nuestra corporeidad y nuestra sexualidad en la unidad de lo que somos como persona. Esta experiencia nos encamina a vivir desde la fuerza del eros con sacrificio, discernimiento, renuncias y gozo, hasta la donación al otro, al agapé. «Ciertamente, el amor es “éxtasis”, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios: “El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará ” (Lc 17, 33), dice Jesús en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios (cf. Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; Jn 12, 25). Con estas palabras, Jesús describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante. Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general». (Deus caritas est, 6)
Es oportuno señalar que en el contexto del tiempo cuaresmal nos puede ayudar revisar cómo vivimos en nuestro discipulado del amor . Debemos procurar captar si el don de Dios, de su amor, y la capacidad que tenemos de amar por nuestra condición de ser personas y haber sido hechos a imagen y semejanza de Dios, nos orienta hacia un amor que se dona y que considera a los otros como sujetos y no como meros objetos de uso y consumo. Es decir, recorrer el camino del eros al agapé y la complementariedad de ambos. Cuando nos planteamos este discipulado del amor debemos tener claro que corremos algunos riesgos muy frecuentes. Habitualmente creemos que este camino a recorrer en el aprender a amar tiene casi una referencia exclusiva a temas ligados a la moral sexual o bien a relaciones de familia o de personas concretas. Obviamente que esto también hay que revisar en nuestro examen de conciencia, pero, lamentablemente, en este discipulado del amor omitimos en general y no evaluamos que por no amar bien muchas veces caemos en la avaricia del tener y del poder y en los desvíos que esto provoca con graves consecuencias sociales de injusticia, deshonestidad y corrupción. Es común que en los confesionarios abunden los pecados ligados a la sexualidad y sorprendentemente no se tenga demasiada conciencia de los pecados ligados a la dimensión social de la fe, a la avaricia del tener y el poder y a tantas situaciones de corrupción que todos sabemos que son un flagelo en nuestra sociedad y son causa de tantos males. Esto revela la necesidad de profundizar en la formación cristiana de una mayor enseñanza de la doctrina social de la Iglesia y obviamente de la moral social. Desde este camino a recorrer, revisando el discipulado del amor, entendemos que es fundamental que experimentemos el amor de un Dios que es Padre y que nos ama y permite reconocernos como hijos y hermanos. El Papa Francisco nos pide en Fratelli tutti que nos planteemos un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social y esto no exclusivamente para los cristianos sino para todas las personas de buena voluntad. El mismo Papa nos dice: «Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante» (Cfr. Fratelli tutti, 8).
En esta carta cuaresmal en la que queremos revisar nuestro discipulado del amor, queremos ver cuál es nuestra situación en relación a los otros, los más pobres, vulnerables y excluidos y, obviamente, el gran Otro que es nuestro Padre Dios que nos espera como al hijo pródigo con un abrazo, un beso y una fiesta. Al revisar algunos de los flagelos que evidencian la degradación de la dignidad de la persona y el mundo que se construye en nuestro siglo XXI aparece la creciente pobreza de millones de hermanos y hermanas que padecen la peor grieta de la humanidad. En sí, es un flagelo mundial. Cada vez son más, sumando millones año a año que pasan a formar parte de la pobreza e indigencia. Lamentablemente en nuestra Patria se vive exactamente lo que pasa en el mundo. Durante décadas la pobreza viene creciendo. Pasan diversas gestiones de gobierno y ni los políticos, ni los otros sectores del poder: empresarial, judicial, intelectual o religioso, parecen ser capaces de considerar este como el mayor problema de Estado. Están lejos de los que padecen experiencialmente en el hoy del sufrimiento, de los circuitos de desnutrición, desocupación, falta de vivienda y tierra, y todas las consecuencias que tiene esto. Los cristianos no podemos desentendernos del flagelo de la pobreza y considerarla como el problema de otros. En Aparecida se nos señala algo para rezar y pensar en el examen de conciencia de esta cuaresma en relación a la opción preferencial por los pobres y excluidos: «Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ilumina el misterio de Cristo. Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre». (Documento de Aparecida 393)
Como Iglesia diocesana hay muchos gestos que son signos proféticos de esperanza. Como cada año nosotros realizaremos la colecta cuaresmal que denominamos «del 1%» que es un gesto ligado a nuestra conversión cuaresmal y con el que significamos nuestra preocupación por la pobreza desde la comunión de bienes ayudando a nuestros hermanos y hermanas que padecen el no tener una vivienda digna. Así ayudaremos a tener un techo, mejorar un baño, o agregar una pieza. La colecta se realizará el fin de semana del 11 y 12 de marzo. Obviamente esto no solucionará el problema de la vivienda, pero como diócesis realizamos un gesto concreto de caridad y justicia.
En este examen de conciencia cuaresmal queremos revisar si este don y esta tarea del amor nos ayuda a orientarnos hacia la donación de nosotros mismos, considerando a los otros como hermanos y hermanas. Cada uno puede ver cuáles son los aspectos que dificultan este discipulado de la caridad. En un mundo tan materialista y mercantil donde parece que todo se compra y se vende nos puede ir ganando el flagelo de la indiferencia que aparece cuando nos hacemos individualistas y nos gana la desesperanza. «¿para qué comprometernos si esto no va a cambiar?» Cuando esto pasa, vamos perdiendo nuestro vínculo con los hermanos y obviamente también con Dios. Perder el amor, no encaminarnos al agapé, desdibuja nuestra dignidad humana y nuestra capacidad de ser verdaderamente felices. La avaricia que implica creer que el poder y el tener nos van a dar la plenitud nos lleva, por el contrario, a una necesaria autodestrucción.
Finalizando está reflexión cuaresmal quiero volver a lo que nos señala la primera carta de Juan: «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (1Jn 4,16) El mismo Señor nos enseña que podremos ser felices amando y dando la vida. «El que pretenda guardarse su vida la perderá y el que la pierda, la recobrará» (Lc 17,33) El mismo Señor entrega su vida en la Pascua y la celebra sacramentalmente en la Eucaristía, en la Última Cena. Nuestro tiempo necesita que los cristianos seamos pascuales, varones y mujeres testigos de un amor que se dona, que permite reconocer en el otro al hermano. El amor es el único capaz de romper las grietas del odio, de la violencia y de la indiferencia. Esto que a algunos les puede parecer una utopía impracticable, es el único camino, el único código que salva al mundo y hace posible la fraternidad humana. Por eso la Pascua sigue siendo, en nuestro siglo XXI, la Buena Noticia que necesita el mundo y que nos llena de verdadera esperanza.
Les envío un saludo cercano como Padre y Pastor.
Miércoles de ceniza, 22 de marzo de 2023.