El Día de la Tradición conmemora el nacimiento de José Hernández, el 10 de noviembre de 1834, en la Chacra de Perdriel, luego Pueyrredon, en lo que hoy se conoce como Villa Ballester. Político, periodista y militar de orientación federal, tenía 37 años cuando publicó «El gaucho Martín Fierro», cuya segunda parte –«La vuelta de Martín Fierro»- vio la luz en 1878.
El éxito de aquella primera entrega, que vendió 48 mil ejemplares, entusiasmó al autor que fue por la segunda, y pese a que para el nacimiento del cine faltaban todavía dos décadas, supo darle a su relato en versos octosílabos perfectos -en la linea de los payadores y seguramente en su cabeza con imágenes que podrían vincularse con las de su contemporáneo Cándido López, retratista de la Guerra del Paraguay que plasmó el CinemaScope en sus pinturas- la dinámica de una escaleta del séptimo arte.
El cine, era lógico, habría de tomarse su tiempo, porque el desafío de convertir aquella poesía en película cuando el cine todavía se proyectaba solo acompalado en vivo por un piano era realmente un imposible.
A un año de desatada la Primera Guerra Mundial, nuestro cine emprendió -en un primer arranque de nacionalismo- yuxtaponer la obra de Hernández y el «Santos Vega» de otro contemporáneo en materia poética, el romanticista Rafael Obligado, en «Nobleza Gaucha» (1915), filme de una hora dirigido por Humberto Cairo junto a Ernesto Gunche y Eduardo Martínez de la Pera, una historia de fuerte contenido social que puso en la pantalla el enfrentamiento entre el campo y la ciudad.
Las experiencias relacionadas con lo gauchesco siguieron, casi de inmediato con «Flor de durazno» (1917), que puso en vidriera a Carlos Gardel solo como actor (las películas eran acompañadas por un pianista en las salas). Ya en el sonoro, en el momento de consolidación de la producción nacional y en un nuevo arranque nacionalista, llegó la insuperable «La Guerra Gaucha» (1942), referida a la epopeya de Martín Miguel de Güemes y su enfrentamiento con los realistas,
Sin embargo y más allá de epopeyas emparentadas con lo gauchesco aunque en desafiante tono contestatario -como «Las aguas bajan turbias» (1951), obra cumbre de Hugo del Carril-, la rebeldía del gaucho del siglo XIX recién habría de llegar dos décadas más tarde, de la mano de Leopoldo Torre Nilsson, quien con Beatriz Guido, Edmundo Eichelbaum, Luis Pico Estrada y Héctor Grossi, consiguieron, en plena dictadura, tocar la fibra nacional convirtiendo los poemas en cine y del bueno.
Las cuatro versiónes de Martín Fierro que se materializaron en películas, además de la primera y «La vuelta de Martín Fierro», «Martín Fierro, ave solitaria» y «Marín Fierro, la película», al igual que la mirada intelectual de Manuel Antín con «Don Segundo Sombra» (vieron la luz poco después de que Leonardo Favio, recuperara a «Juan Moreira» (1973) el antihéroe imaginado por Ricardo Gutiérrez,, casi tres décadas antes de «Aballay, el hombre sin miedo» (2010), de Fernando Spiner.
«Nobleza gaucha» (1915)
La película de una hora de duración es considerada como la primera industrial del cine nacional, y se rodó -y estrenó- durante la Primera Guerra Mundial, cuando resurgía un nuevo espíritu nacionalista, poco antes de la llegada de Hipólito Yrigoyen al poder y convertirse en el primer mandatario surgido del voto universal. Fue dirigida por Humberto Cairo, en colaboración con Eduardo Martínez de la Pera y Ernesto Gunche, con un costo de 20.000 pesos y estrenada en 25 salas.
«Nobleza Gaucha» (1915)
La historia tiene como eje a un terrateniente al que se le suelta la cadena y secuestra a una muy bella puestera, a la que lleva hasta su mansión Buenos Aires, en la que piensa hacerla suya. No pensó que el pretendiente de la mujer, un gaucho pura inocencia, llegaría en su socorro, por lo que convoca a un comisario corrupto para que lo detenga bajo la falsa acusación de ser un cuatrero. A más de un siglo no es spoiler: El joven lo perseguirá de a caballo, el villano caera al vacío y morirá.
No es casual que el argumento, que tiene lejanamente algúna referencia a las obras de José Hernández y Rafael Obligado, haya tenido como segundo colaborador en el guion a José González Castillo, dramaturgo y autor de letras de tango. Rosarino y anarquista, se lo recuerda por haber estrenado en un teatro casi al mismo tiempo que esta película, «Los invertidos», la primera pieza teatral rioplatense de la que se tenga memoria que aborda como eje de la historia la diversidad sexual.
Los tramos principales del rodaje tuvieron lugar en la estancia bonaerense Las Amalias, mientras que los interiores en la terraza de la mueblería Maple del centro porteño, que también sirve de paisaje a escenas donde se ve el Congreso de la Nación desde la plaza vecina y la Avenida de Mayo. Esas imágenes de abundancia y monumentalidad urbana se contraponen a las rurales, con chozas, animales y gente vestida humildemente.
«Flor de durazno» (1917)
La principal atracción de esta película corta dirigida por Francisco Defilippis Novoa, es que su elenco está encabezado por un Carlos Gardel muy joven y con algunos kilos de más de la figura que década y media después luciría en sus clasicos estadounidenses, un «zorzal» que no canta por el cine todavía era silencioso, acompañado por un piano en vivo, eco musical de una trama romántica.
«Flor de durazno» (1917) en la versión de reposición sonorizada de 1940
El relato, basado en un escrito del ultranacionalista Hugo Wast (Adolfo Martínez Zuviría), toma la historia ambientada en un pueblito cordobés donde Fabián esta de novio con Rita, quien a su vez tiene relaciones relaciones con otro hombre, Embarazada de ese vinculo furtivo, abandonada, enfrenta el desprecio de su padre y el pueblo, y así llega a Buenos Aires, donde las humillaciones la fuerzan a volver y lograr el perdón de su novio. No obstante un nuevo drama acecha…
La película sigue un esquema melodramático rígido , y poco se puede entender la presencia de ese Gardel todavía no definido como tanguero, junto a Ilde Pirovano, Argentino Gómez y Celestino Petray, que no ayudaron a que el resultado tuviera trascendia en su momento y recién comenzara a llamar la atención cuando cantante alcanzaba fama internacional, a tal punto que en 1940, luego de su accidente y deceso se habría de reponer en salas con un extenso relato en off y voces sincronzadas.
«La Guerra Gaucha» (1942)
La producción de Artistas Argentinos Asociados, el sello conformados por actores y cineastas locales con el modelo de la United Artist hollywoodense tenía planeado llevar a la pantalla la obra de Leopoldo Lugones desde su nacimiento, y finalmente con la ayuda de Estudios San Miguel logró concretarlo con la mayor inversión recordada, que implicaba la participación de más de 1000 extras, la dirección de Lucas Demare, del guion de Homero Manzi y Ulises Petir de Murat.
«La Guerra Gaucha» (1942)
El elenco mostró la solidez con la que en ese tiempo se encaraban los proyectos; en este caso del primer western argentino, que debía competir con el género por excelencia del cine estadounidense, y por eso lo encabezan Enrique Muiño, Francisco Petrone, Sebastián Chiola y Amelia Bence; para la música fue convocado John Ehlert, y para la fotografía, el norteamericano Bob Roberts, que ya venía con una larga trayectoria en nuestro cine.
La historia tiene lugar en 1817, en las tierras que en la actualidad ocupa la provincia de Salta. Los gauchos partidarios de la independencia utilizan como estrategia la “guerra de guerrillas”, al mando del general Martín Miguel de Güemes contra el ejército realista.
Dice el prólogo: «Desde 1814 a 1818, Güemes y sus gauchos, en la frontera con el Alto Perú, abandonada por las tropas regulares, sostuvieron una lucha sin cuartel contra los ejércitos realistas. Esa lucha de escasas batallas y numerosas guerrillas se caracterizó por la permanente heroicidad de los adversarios».
«Martín Fierro» (1968)
Dirigida por Leopoldo Torre Nilsson a dos años del golpe militar que interrumpió -una vez más- la vida democrática argentina, es una brillante adaptación del poema épico de José Hernández. que se destaca por su brillante dirección y en especial la composición de Alfredo Alcón, junto a un elenco que incluye a Lautaro Murúa (como Cruz), Leonardo Favio y Walter Vidarte (como los hijos), y Graciela Borges (como La Cautiva), además de Sergio Renán y Flora Steinberg, entre más.
«Martín Fierro» (1968)
Torre Nilsson utiliza una estética visual impresionante para transportar al espectador a la época del Martín Fierro (segunda mitad del siglo XIX), capturando la belleza de los paisajes pampeanos y la crudeza de la vida de los gauchos en este caso uno que es forzado a enrolarse en las tropas de la Conquista del Desierto. La música original compuesta por Waldo de los Ríos complementa la narrativa, añadiendo una dimensión emocional poderosa a la película y convirtiéndose en parte integral de su identidad.
«Don Segunda Sombra» (1969)
Manuel Antín, un año después que Leopoldo Torre Nilsson, encaró la pieza literaria de Ricardo Güiraldes, el escritor que en la decada del 20 y proveniente de la aristicracia porteña encaró la literatura gauchesca desde una perspectiva intelectual, convocando a Adolfo Güiraldes como coguonista, sobrino del escritor que publico su libro para el papel principal, a quien acompañaría Luis Medina Castro, Soledad Silveyra, Juan Carlos Gené, Héctor Alterio, Alejandra Boero y Lito Cruz.
«Don Segundo Sombra» (1969)
El relato transcurre en San Antonio de Areco y en la pampa argentina, donde Fabio Cáceres recuerda su niñez de huérfano y su juventud en el campo con «su padrino», Don Segundo Sombra, un gaucho solitario a quien admira, un modelo a seguir y de quien aprenderá a ser como ese hombre casi mitológico al que admira.
«Juan Moreira» (1973)
Es una de las varias obras cumbres de Leonardo Favio que se ha convertido en un hito del cine argentino. La historia está basada en Juan Moreira, un personaje mítico, un gaucho que que comienza el relato rebelándose contra las injusticias y la opresión en la Argentina del siglo XIX pero termina involucrándose en cuestiones que, inexorablemente, lo llevarán a la muerte. La película se destaca por su enfoque en la lucha social y su crítica a las estructuras de poder de la época.
«Juan Moreira» (1973)
Rodolfo Bebán en el papel de Juan Moreira logra transmitir la complejidad trágica del personaje en el sentido griego de la definición, que es al mismo tiempo un bandido y un luchador por la justicia, lo que añade profundidad a la narrativa. La película utiliza elementos del realismo mágico, un lugar recurrente del universo del director y la simbología para crear una atmósfera única que contribuye a la narrativa, que al mismo tiempo permite una infinidad de interpretaciones.
Favio utiliza un estilo de dirección innovador que combina elementos históricos con una estética moderna, lo que le da a la película un carácter disruptivo. La música de compuesta por Luis María Serra y Pocho Leyes, es pieza clave en la emotividad de la historia (no se concibe esta obra sin esa música) dando más fuerza a una historia que no solo entretiene, sino que invita a la reflexión sobre la justicia, la opresión, convirtiéndola en una genuina joya del cine nacional.
«La vuelta de Martín Fierro» (1974)
El filme de Enrique Dawi y protagonizado por Horacio Guarany, muestra al Hernández del exilio, el que comienza a escribir su poema. Mientras lo va desplegando, vive su vida, y se lo ve sufriendo igual que su creador, dejando de lado a Cruz, el viejo Vizcacha o sus mismos hijos. Una decisión que perjudica la idea previa que se tiene por el titulo de tomar al pie de la letra el libro que por lógica y en materia de cine debería irle a la saga del anterior de Torre Nilsson.
La película sirve para escuchar a Guarany en un puñado de canciones de su repertorio, pero tiene poco del relato original. Otro de los factores que están del lado de la historia es la recreación de aquel mundo, el universo imaginado por Hernández, pero no mucho más que eso, al igual que los elegidos para los papeles secundarios, como Onofre Lovero, Jorge Viillalba, Hugo Arana, Tony Vilas y Rubén Rada.
«Martín Fierro, el Ave Solitaria» (2006)
Era un sueño de Gerardo Vallejo, el cineasta formado en el grupo Cine Liberación junto a Fernando Solanas y Octavio Getino, que una vez instalado en San Luis durante el boom de la producción de San Luis Cine, emprendió esta aventura protagonizada por Juan Palomino, Oscar Di Sisto y Norma Argentina, entre más.
Fierro es llevado por la fuerza a la frontera y obligado a luchar en la guerra. Luego de desertar, vuelve a su hogar y descubre que su mujer y sus hijos se han ido. Mata a un hombre y, ya convertido en desertor y asesino, huye al desierto, en donde se encuentra con el Sargento Cruz, que lo acompañará en su periplo.
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«Martín Fierro: La Película» (2007)
Esta vez le llegó el turno a la animación, según los bocetos de Roberto Fontanarrosa, un trabajo que lleva la firma de Norman Ruiz y Liliana Romero, una dupla caracteriza por su gran creatividad. Es un logro en el mundo del género en la Argentina, que rinde homenaje a un clásico literario y a la cultura gauchesca que brinda una experiencia visualmente impactante que convence tanto a los amantes de la literatura como a los aficionados a la animación.
«Martín Fierro, la película» (2007)
La trasposición de la obra de Hernández tiene como plus las voces de doblaje de Daniel Fanego, Aldo Barbero, César Bordón, Héctor Calori y Claudio Da Passano.
«Aballay, el Hombre sin Miedo» (2010)
Parece el Lejano Oeste, pero no lo es. El paisaje es de Tucumán, donde después de matar a un hombre durante el asalto a una diligencia, la mirada de Aballay, el personaje de marras, se cruza con la de un niño, el hijo de la víctima, y algo se quiebra en su interior: el criminal toma la decisión de purgar su alma como los estilitas penitentes, montando su caballo para no bajar nunca hasta convertirse en santo pagano para la gente del pueblo, pero no logra olvidar la mirada del pequeño.
De pronto descubrimos que Fernando Spiner, su director sabe cómo filmar, con mano segura, un western a la Argentina, como lo había hecho Lucas Demare en los años cuarenta, pero con un trabajo de fotografía y de cámara dinámico, que saca partido de la intensidad a los colores. Se destacan los trabajos de Pablo Cedrón (el Gaucho Malo), Nazareno Casero, como el hijo que busca venganza, igual de valioso que Claudio Rissi, Luis Ziembrowski, Moro Angeleri y Horacio Fontova.
LAS DOS VERSIONES DEL SANTOS VEGA
La obra de Rafael Obligado, menos masiva, y seguramente menos leída o referida en el nivel de enseñanza que la de Hernández, a pesar de su gran trascendencia en el teatro y la literatura rioplatense. también tuvo menos suerte a la hora de ser llevada al cine: ninguna de las dos versiones que llegaron al estreno lograron, pese a sus nombres y apellidos, convencer, por mejores intenciones que sus directores pusieron a la hora de gritar «luz, cámara, acción».
La historia del mítico payador que parecía invencible incluso a la hora de enfrentarse al mismo Diablo, ronda el 1830, y entusiasmo al cine sonoro después del éxito de «Nobleza gaucha» en el periodo mudo y de «La Guerra Gaucha», ya en el sonoro.
En la primera, «Santos Vega» (1947, con Juan José Miguez, Delfy de Ortega y Pedro Maratea), el guion fue de Leopoldo Torres Rios, quien contó con la colaboración de su hijo, Leopoldo Torre Nilsson, que por entonces tenia 23 años. La experiencia lo marcaría a fuego porque dos décadas más tarde llevaría al cine por primera vez «Martín Fierro».
Los interiores de la producción fueron rodados en los Estudios Filmadores Argentinos (EFA), ubicados en la misma manzana que actualmente ocupa eltrece, en el barrio de Constitución.
En 1971, Carlos Borcosque (hijo), estrenó «Santos Vega», basado en el poema de Obligado pero también en la novela que sobre el mismo personaje legendario escribió Eduardo Gutiérrez y el libro del médico y etnólogo alemán Ernest Lehman Nitsche.,En este caso con José Larralde, como el payador, acompañado por Ana María Picchio, Walter Vidarte, Juan Carlos Galván, Carlos Carella, Néstor Paternostro, Romualdo Quiroga y Chela Jordan.
De esta última versión del personaje citado por Leopoldo Marechal en su «Adan Buenosayres», o por Manuel Mujioca Láinez en su cuento «El ángel y el payador», se rescata el acierto de haberlo elegido a Larralde para el papel central y haberlo rodeado de buenas figuras de la escena nacional. Pero la falta de rigor a la hora de un buen guion y de un mejor lenguaje cinematofráfico, solo consiguieron un producto que pasó fugazmente por los cines y que hoy apenas se recuerda..