Me encuentro parado al borde de un abismo, observando un fenómeno desgarrador que ha alcanzado proporciones alarmantes en nuestra sociedad: el suicidio infantil producto del acoso escolar. Me asaltan preguntas sin respuesta, cuestionamientos que reverberan en mi mente como ecos dolorosos. ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo hemos permitido que la crueldad en las aulas conduzca a la pérdida irreversible de vidas inocentes?
Es una realidad devastadora que se extiende por todo el mundo, un problema que no conoce fronteras, que penetra cada rincón de la educación. Me pregunto, ¿por qué tantos jóvenes se sienten atrapados en el vórtice del acoso escolar, que ven el suicidio como la única salida? ¿Cómo hemos llegado a un punto en el que la inocencia se desvanece ante el dolor infligido por sus propios compañeros de clase?
¿Es la falta de comprensión, de empatía, de resiliencia, la que permite que este mal persista? ¿O es más bien una ceguera colectiva, social; una incapacidad para reconocer las señales de socorro en aquellos que llevan el peso insoportable del acoso? Me pregunto si la indiferencia de la mayoría de los adultos, el desentenderse de la realidad que enfrentan nuestros niños, es una parte integral de este trágico rompecabezas.
La estadística es un frío testigo de la magnitud del problema, pero detrás de cada número hay un nombre, una historia truncada, una familia en duelo. ¿Cuántas almas más deben perderse antes de que actuemos de manera decisiva? Me pregunto si la falta de políticas efectivas, la ausencia de un frente unificado contra el acoso, es un factor contribuyente. ¿Hemos dejado a nuestros niños desprotegidos, sin un escudo ante las palabras afiladas y los golpes invisibles que dejan cicatrices emocionales?
¿Dónde está el límite de nuestra responsabilidad como sociedad? ¿Debemos aceptar que el acoso escolar es simplemente parte del crecimiento y una fase inevitable de la vida de un niño? O, ¿debemos luchar contra esta noción y decir de manera inequívoca que cada niño merece un entorno educativo seguro y enriquecedor?
Me pregunto si la tecnología, esa doble espada que conecta, pero también divide, ha exacerbado el acoso más allá de las aulas, llevándolo a los hogares a través de las pantallas y las redes sociales.
¿Es esta la nueva cara del tormento, donde el acoso ya no se limita a los pasillos de la escuela, sino que se desliza insidiosamente hasta la privacidad de las habitaciones de las víctimas? Y luego, la pregunta más desgarradora de todas: ¿cómo cambiamos esto o lo podremos cambiar?
¿Cómo podemos arrojar luz sobre las sombras de la crueldad y cultivar un terreno donde florezcan la empatía, el respeto y la compasión? Me pregunto si es posible deshacer el daño que ya se ha infligido, si podemos reparar las almas fracturadas de aquellos que han sufrido en silencio.
En esta búsqueda de respuestas, estoy comprometido como director ejecutivo y responsable de la Organización Global de Prevención Ante el Bullying, a explorar cada rincón oscuro de esta realidad insoportable. Me propongo ser la voz de aquellos que han sido silenciados por el miedo y la vergüenza. A través de la investigación, la comprensión y la acción, busco desentrañar los hilos del acoso escolar y buscar soluciones que iluminen la senda hacia un mañana donde cada niño pueda caminar sin miedo.
Este monólogo no es solo un ejercicio de reflexión, sino un llamado a la acción. Un llamado para todos nosotros como sociedad, como padres de familias, como educadores, como gobernantes, como empresas privadas, a que enfrentemos esta dolorosa verdad y trabajemos juntos en la creación de un mundo donde los niños no solo sobrevivan, sino que realmente florezcan y se fortalezcan en un entorno de Seguridad, Respeto, Valores, Amor y Temor a Dios. Salvemos Vidas Juntos.
Autor: Victor Alejandro Smoly. Director ejecutivo de la “Organización Gobal de Prevención Ante el Bullying”, Presidente de la “Alianza Mundial Contra el Bullying”, Fundador del “Observatorio Mundial del Acoso Escolar” y Autor del libro “Bullying: Terrorismo Escolar”.