Es inevitable que recordemos los actos de la escuela primaria para ubicarnos en el lugar en el que se declaró la Independencia el 9 de julio de 1816. Fue en San Miguel de Tucumán y, como quedó marcado desde nuestra infancia, fue en “La Casita”. Ese es el nombre con el que se conoce a la vivienda en donde se escuchó el grito de emancipación de una Argentina que todavía no era como la conocemos hoy: formábamos parte de “Las Provincia Unidas de Sud América” tal como lo expresa el Himno Nacional (y no “del Río de la Plata”).
Descubriremos cómo “La Casita”, esa “Casita”, la de la infancia y de la Independencia fue evolucionando durante la historia.Es inevitable que recordemos los actos de la escuela primaria para ubicarnos en el lugar en el que se declaró la Independencia el 9 de julio de 1816. Fue en San Miguel de Tucumán y, como quedó marcado desde nuestra infancia, fue en “La Casita”. Ese es el nombre con el que se conoce a la vivienda en donde se escuchó el grito de emancipación de una Argentina que todavía no era como la conocemos hoy: formábamos parte de “Las Provincia Unidas de Sud América” tal como lo expresa el Himno Nacional (y no “del Río de la Plata”). Descubriremos cómo “La Casita”, esa “Casita”, la de la infancia y de la Independencia fue evolucionando durante la historia.
San Miguel de Tucumán es una bella ciudad. Para los que vivimos en lugares con un poco más de ruido, es una ciudad tranquila, donde predominan los ritmos lentos y la serenidad se impone por sobre lo vertiginoso. El olor a azahares envuelve el aire que respiraron algunos grandes de la patria, como la notoria escultora Lola Mora. También se destaca por la gastronomía: sus empanadas son memorables y ni hablar del “sánguche de milanesa” cuya fama trasciende los límites del país.
Dentro de esa bella ciudad nos ubicamos en la Plaza Central, y apreciaremos la clásica disposición de los edificios. Alrededor de la plaza están la Catedral, la Casa de Gobierno, el resto de las principales construcciones la rodean. Pero hasta ahí no aparece “La Casita”, aquella que dibujábamos con extrema prolijidad en los cuadernos. En realidad debemos buscar no “La Casita” sino “La casa Histórica de la Independencia”.
Nos transportamos de forma imaginaria a julio de 1816. Francisca Bazán de Laguna que es la dueña de la casa, había nacido en Tucumán en 1740, es decir que en los días de la Independencia era una venerable señora de “familia Noble y Principal” que había cumplido 76 años. Era descendiente del conquistador español Juan Gregorio Bazán y de Juan Ramírez de Velazco. Se había casado con Miguel de Laguna. En aquel entonces las mujeres debían aportar la dote para su casamiento. Fue nuestra (la de todos, la de los cuadernos) “Casita” lo que el padre de Francisca ofreció como dote a su futuro esposo. Su construcción data de alrededor de 1760. Y como estaba ubicada a metros de la Plaza Mayor nos da un indicio fundamental: la posición social de sus dueños.
Para la San Miguel de Tucumán del 1800 debió ser una casa muy importante. Impacta su imponente entrada flanqueada por columnas salomónicas, con grandes puertas de dos hojas. Los muros de casi toda la casa eran de tierra apisonada. Tan sólo el frente, la puerta de entrada, el zaguán y dos porterías había sido construido con ladrillos. Los techos eran de tejas sobre caña hueca y tierra; con un primer patio donde se encontraban los espacios de la familia, un segundo patio para los servicios de la casa (la cocina, el pozo de agua y las letrinas) y un tercero que era la huerta. El frente lucía un color blanco y las aperturas eran de madera terminadas con aceite de linaza sin pintar. Podemos asegurar que el mantenimiento de la casa, debido a los materiales utilizados para la construcción y al clima de San Miguel de Tucumán debía ser permanente y además, bastante oneroso. Se pudo comprobar, con el paso del tiempo, que su fachada se fue deteriorando sin solución de continuidad.
En 1806 el marido de Francisca, Don Miguel había fallecido. Y la situación económica se había complicado. Años antes de la declaración de la Independencia, en 1812 luego de la Batalla de Tucumán, Juan Venancio, hijo de Francisca, le alquiló la casa a las tropas del Ejército del Norte. A raíz de eso la familia se muda a otro inmueble de su propiedad mientras que recibían el alquiler por la que llamamos “La Casita”.
A principios de abril de 1815 fue derrocado el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Carlos María de Alvear. Luego de ello se dictó un nuevo Estatuto y por el que fue convocado un un Congreso que iba a llevarse a cabo en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Se eligió aquel lugar porque, entre otras cosas, era equidistante de todos los sitios desde los cuales debían viajar los congresales. Ellos tenían como misión: declarar la Independencia y dictar una Constitución para las Provincias Unidas. Pero todo ese capítulo constitutivo de nuestra historia política lo dejaremos para otra ocasión. Centrémonos en “La Casita”.
Ya estamos en 1816. Los congresales fueron arribando a la ciudad de San Miguel. Era por esos días una ciudad de 5000 habitantes, de casas bajas, en la que solo se destacan por su altura, los campanarios de la iglesias. Se hospedaron en casas de familia, y los religiosos seculares o regulares (que eran casi la mitad de los congresales) en los conventos de cada orden o en la Casa Parroquial. Pero como los arreglos y ampliaciones de la casa de Francisca para que en ella funcionara el Congreso no habían finalizado, las primeras reuniones se realizaron en la casa de Bernabé Aráoz. Aráoz en abril de 1814 había sido nombrado Gobernador de la provincia de Salta del Tucumán, y cuando Tucumán se separó de Salta, fue el primer gobernador de Tucumán, provincia que incluía a las actuales Catamarca y Santiago del Estero. Una vez finalizadas las modificaciones, -que también incluía la pintura del frente, nuevamente pintado de blanco con las aberturas y la puerta del frente de celeste- se comenzó a sesionar allí. Eso sí, hubo que pedir muebles prestados que cedieron tanto la familia Aráoz como los frailes Dominicos y Franciscanos.
Las sesiones comenzaron el 24 de marzo de 1816 y se extendieron hasta el 16 de enero de 1817. Fue el 9 de julio de 1816 cuando se firmó el Acta de Declaración de la independencia de las Provincias Unidas del Sud. A instancias de Manuel Belgrano se redactaron copias en quechua, aimara y guaraní. La rubricaron 29 de los 32 congresales.
Al día siguiente se organizó un baile en uno de los patios y luego los festejos continuaron en la casa del gobernador Aráoz. Fue en una de esas reuniones organizadas como celebración que Manuel Belgrano conoció a Dolores Helguero, con quien tuvo una hija también llamada Dolores.
la familia Laguna volvió a su casa alrededor de marzo de 1817. Aunque continuaron alquilando los locales del frente. En 1839 la casa pasó a ser propiedad de María Vicenta del Carmen Zavalía de Zavalía (se había casado con su tío), hija de Gertrudis Laguna Bazán y de Pedro Antonio de Zavalía. Los nuevos dueños hacen varias modificaciones y la alejan del estado ruinoso en el que la adquirieron. Demuelen todas las construcciones del segundo patio y construyen una nueva cocina. En 1861, Gertrudis pidió que se la eximiera del pago del impuesto inmobiliario, por ser en el lugar en donde se había firmado el acta de declaración de la Independencia de la Nación. Hubo una época en la que la casa fue pintada de color rojo punzó, fueron los años de predominio Federal.
Fue recién en 1869 cuando se sancionó la ley que autorizaba al Poder Ejecutivo Nacional a comprar la casa para hacerse cargo de su conservación y puesta en valor. Ese año, el fotógrafo Ángel Paganelli tomó imágenes del frente en estado ruinoso y del primer patio (con el salón de la jura). Esas imágenes sirvieron como guía, mucho tiempo después para encarar la recuperación de su frente histórico y de los patios.
Cinco años más tarde, es decir en 1874 se concretará la compra: el precio fue de 25.000 Pesos Fuertes. En principio se planeó hacer allí un museo, pero en la escritura figuraba como oficina de Correos y Telégrafos. Para ello debía reformarse el edificio. Por ese entonces sólo se consideraba valioso al Salón de la Jura o Salón Histórico. Fue el ingeniero sueco Federico Stavelius quien diseñó un frente de estilo neo-renacentista, y fue así que se demolió la fachada con sus columnas salomónicas. La puerta de ingreso fue enviada al Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo” (conocido como “El museo de Luján”). Lo único que se conservó fue el Salón de la Jura.
Corría el año 1902 y, nuevamente, el edificio amenazaba quedar en ruinas. El presidente Julio A. Roca, a través de un decreto, ordenó la demolición de toda la construcción: salvo la sala de la Jura que fue lo único que quedó en pie. En 1903 dio inicio la demolición y en septiembre de 1904, cuando Roca todavía era presidente, fueron inauguradas las flamantes instalaciones. Se lo llamó “El Templete”, obra que fue considerada en esos momentos como una verdadera maravilla arquitectónica, de exquisito gusto y refinamiento europeo.
Pero ¿Qué guardaba dentro “El Templete”?. La respuesta es simple: el Salón de la Jura. Y es en este momento, lectoras y lectores, si fueron capaces de seguir todo el relato de historia llegamos al meollo de la misma. Es para entonces que aparece en el imaginario colectivo la célebre denominación como “Casita de Tucumán”. Y eso tiene una explicación clara. La estructura era imponente, con inmensos ventanales y vitraux, repleto de molduras, cornisas y pináculos, lleno de placas de bronces en sus muros, totalmente de estilo francés, en cuya explanada de ingreso había dos murales de bronce realizados por la escultora tucumana Lola Mora que recordaban el 25 de Mayo de 1810 y del 9 de Julio de 1816. Un balcón rodeaba todo el edificio y servía como estrado para las autoridades. Allí dentro estaba el viejo “Salón de la Jura”, que al ser separado de su entorno natural parecía una mínima casa, pequeña, de adobe, con una puerta central chica y dos ventanitas, con techos de tejas. Dentro de semejante e imponente alhajero estilo francés, no era ni más ni menos que una humilde y sencilla casita. Por eso la comenzaron a llamar “La Casita”.
Pero allí no terminaron los problemas.En 1941 la Casa de la Independencia fue declarada Monumento Nacional. Se inició entonces un debate sobre la posibilidad de reconstruirla. Para ello se formó una Comisión integrada por el Dr. Ricardo Levene y el Arquitecto Mario J. Buschiazzo, de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, el Arquitecto Martín Noel, de la Academia Nacional de la Historia y el Arquitecto Alejandro Figueroa, Director Nacional de Arquitectura. Esa comisión estuvo a cargo también de la restauración del Cabildo de la ciudad de Buenos Aires, del que para esa época poco quedaba de su estructura original. También debieron encargarse la restauración de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires, cuya construcción había sufrido un proceso de italianización y afrancesamiento. Buschiazzo contaba como documentación respaldatoria para iniciar la restauración las fotografías de Paganelli y los planos y el relevamiento de la casa que se había llevado a cabo en 1870. Decidió buscar los cimientos de la casa primitiva y lo logró.
La casa hoy recrea a aquella que era una ruina en 1870, y es la que fotografió Paganelli. La obra fue realizada por Amilcar Zanetta López, con obreros y artesanos de la Dirección Nacional de Arquitectura bajo la supervisión y la guía de Buschiazzo. El 24 de septiembre de 1943, el presidente Pedro Pablo Ramírez fue quien inauguró las obras de reconstrucción total de la Casa y la transformó en museo.
Hemos dicho que las puertas originales habían ido a parar al Museo de Luján. Volvieron a Tucumán en el año 2007 . Fue el entonces gobernador de Buenos Aires, Felipe Solá quien en un acto público devolvió las puertas a “La Casita”. En la ceremonia de la devolución estuvo Néstor Kirchner, quien era presidente de la Nación y su esposa Cristina Fernández, quien lo sucedería en la Casa Rosada, entre otras autoridades nacionales, provinciales y municipales. Ese 9 de julio hizo mucho, mucho frío en San Miguel de Tucumán, ¿Cómo lo sé? Porque estuve allí. Nadie me lo contó.
A más de 200 años de la declaración de la Independencia, la Casa refulge esplendorosa, “La Casita de Tucumán” volvió a tener su tamaño original y a ser la “Casa Histórica de la Independencia”.
Para el final de la nota hago una pregunta que responderé inmediatamente. ¿Cuántas capitales tiene nuestro país?. La pregunta puede sonar extraña. Pero no lo es. El país tiene dos capitales. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, desde el año 1991, por decreto Nº 81 del Poder Ejecutivo Nacional, cada 9 de julio la ciudad de San Miguel de Tucumán, allí donde se conserva “La Casita”, se convierte en capital de la República Argentina.
Al llegar a las puertas de ese lugar histórico no llevaremos una gran sorpresa. Es que “La Casita” no es pequeña como el diminutivo con el que la conocimos indicaría. Por el contrario es un caserón inmenso, con varios patios y muchos ambientes. Entonces la pregunta es ¿de dónde viene lo de “Casita”? Ya lo sabremos. Hay que saber esperar.
Vale la pena aclararles a a los lectores que, para conocer en profundidad el devenir de “La Casita”, es necesario escribir un libro o dos. Esta nota que tiene algo más de 2000 palabras es apenas una pincelada a grandes rasgos, en la que se destacará lo más importante.
(Fuente. Infobae)