Como jugador, fue el terror del Xeneize con sus goles. Tuvo de compañeros a Sebastián Abreu y a Fernando Redondo, y eligió a Mario Alberto Kempes como su mejor DT. Tras el retiro se dedicó a la política y se muestra arrepentido de haber sido intendente de su pueblo.
El misionero Antonio Vidal González forma parte de los recuerdos más románticos que tiene el futbolero argentino. Se dio el gran gusto de gritarle siete goles a Boca, una marca difícil de repetir en estos tiempos. Hoy vive en Los Ceibos (Ezeiza), un barrio que está muy cerca del Predio del Xeneize, lugar donde a puro gol su hijo Ezequiel pide pista para dar el salto a primera.
“Cuando jugaba en Guaraní Antonio Franco le jugamos un amistoso a Boca y les ganamos 6-0. Ese partido fue espectacular porque metí cuatro goles. El primero se lo hice a Hugo Gatti de caño y los otros tres al uruguayo Julio Cesar Balerio. Esa tarde pasó de todo porque Enrique Hrabina se agarró a piñas con un compañero y Roberto Pasucci se fue antes de que terminara el partido. Imaginate que en la cancha había 14 mil personas y tras ese partido me empezaron a conocer. Me volví en mi Fiat 600 a mi pueblo y pude pasar a un grande del interior como San Martín de Tucumán”, contó a TN el recordado wing derecho sobre aquellas primeras conquistas que le gritó al conjunto de la ribera.
El 20 de noviembre de 1988, ya con la camiseta del Santo tucumano, Antonio Vidal González logró mantener la grata costumbre de hacerle goles a Boca. Fue en un escenario histórico como la Bombonera y en un partido de primera división: “Ese partido nuestro técnico Nelson Chabay lo planificó para no recibir una goleada porque ellos andaban muy bien. En ese partido lo expulsaron a Juan Simón en Boca y a nosotros nos echaron a Daniel Musladini. Como yo no venía jugando, le habría pedido a Chabay que me dejara ir para salir a buscarme otro equipo. En los días previos a ese partido contra Boca se lesionó Jorge “Mono” Campos y Chabay se acercó y me dijo ´ya que sos tan machito, el domingo vas a ser titular en un partidito´. Y ese partidito terminó siendo el partido de mi vida porque Richard Tavares me hace un penal y después le metí tres goles a Navarro Montoya. El técnico me sacó a los 30 minutos del segundo tiempo porque los jugadores de Boca me empezaron a pegar demasiado. Fue espectacular porque a medida que les hacíamos goles, los hinchas de Boca más alentaban a su equipo. Ese partido me cambió la vida, los medios de todo el país no paraban de llamarme porque fui la figura de ese fin de semana. La revista El Gráfico sacó una doble tapa donde en una estábamos nosotros festejando y en la otra Gabriela Sabatini (NDR. Ganó su primer Masters en New York). Luego de ese partido no salí más y pude meter entre seis y ocho goles más. Nunca me pesó jugar en La Ciudadela porque era un jugador de potrero”.
Ya con 60 años Antonio se encarga de acompañar los sueños de su hijo Ezequiel, uno de los tantos pibes talentosos con los que cuentan las inferiores xeneizes: “Yo le explico que su etapa en inferiores no tiene nada que ver con la mía porque él está en Boca, que es como estar en Europa. Lo seleccionaron Hugo “Mono” Perotti y Alejandro “Colo” Farías cuando tenía siete años y ya lleva diez en el club. Estoy orgulloso de él porque ya tocó Reserva y el fútbol se lo está tomando con mucha seriedad. Mis amigos me dicen que yo era rápido, pero cuando me tiraban la pelota al vacío, y en cambio él hace la diferencia siendo rápido pero con la pelota al pie, que es algo muy difícil de conseguir. Además tiene el valor agregado de ser zurdo. Cuando Ezequiel firmó su primer contrato lo acompañé y Raúl Cascini le dijo ´Mira que tu papá era mejor que vos´, a lo que le respondí ´Raúl, este es diez veces mejor que yo´. Mi hijo tiene un gran sentimiento por el fútbol, no se achica y es un gran delantero. Ojalá pueda tener salud para acompañarlo en este hermoso camino”.
¿Cómo nació tu romance con el fútbol?
Nací en un pueblo muy chiquito que se llama Candelaria y me encantaba jugar a la pelota. Y el fútbol terminó siendo una salida porque vengo de una familia humilde: tenía cinco años cuando mi papá falleció y me quedé con mi mamá Ramona y mis 11 hermanos. Sin darme cuenta a mis 16 años estaba jugando en la primera de Bartolomé Mitre de Posadas, donde cobraba un viático. Y como mi rendimiento empezó a ser muy bueno me llevó Guaraní Antonio Franco, un referente del fútbol misionero.
¿Jugar en Guaraní te cambió la vida?
Para la economía de Misiones ser jugador de Guaraní Antonio Franco te permitía vivir bastante bien. En esa época los equipos fuertes del interior jugaban los Nacionales con los grandes del fútbol argentino. A nosotros nos tocó jugar contra Independiente, Talleres de Córdoba y Huracán, al que le hice dos goles en 1985. Pasé de tener una vida silvestre a viajar en avión y conocer hoteles. Nelson Chabay me dio confianza y me puso de titular. Tuve de compañeros a Jorge “Chino” Benítez y José Luis Tesare, que venían de Boca, y también llegó Rubén Galetti, el papá de Luciano.
¿Se te hizo complicado vivir en Buenos Aires?
Mi llegada a Argentinos Juniors lo tomé como un premio por lo bien que jugué en San Martín de Tucumán. Me acuerdo que me compraron por 20 mil dólares de los cuales 10 mil me quedaron a mí. Fui a ocupar el lugar de Oscar Dertycia, que había pasado a la Fiorentina. Me compré un departamento de un ambiente muy cerca de la cancha porque yo no conocía Buenos Aires. No me costó adaptarme al equipo, pero la ciudad me parecía inmensa. Jugué desde 1989 hasta 1991 y pude hacer 13 goles. Me impactó la clase de un pibe que se llamaba Fernando Redondo.
¿Por qué te hiciste amigo de Carlos Javier Mac Allister?
Porque lo banqué a muerte en un problema que tuvo con el hijo de Jose Yudica, que era el técnico de Argentinos. Habíamos quedado con todo el plantel que si el técnico lo echaba a él de la práctica, nos íbamos todos. Efectivamente Yudica lo expulsó y el único que se levantó y dejó el entrenamiento fui yo. Y mira que había jugadores de mucha experiencia. Recuerdo que el Colo mientras caminaba me dijo “¿Antonio, viene alguien más?”, a lo que le respondí “estamos solo, Colo”. El destino quiso que Mac Allister pase a Boca y yo a Nacional de Montevideo.
¿Tanto hiciste en Nacional para que te quieran tanto?
A Montevideo me llevó el suegro de Fernando “Bocha” Batista. Ese hombre ya había colocado a Julio César Dely Valdés. Me probaron dos días y al toque me dejaron en el club, a pesar de que había cupo de extranjeros. En Nacional jugué cinco años y la dupla que hicimos con Dely Valdés es muy recordada porque él hizo 14 goles y yo 12. En ese equipo todavía quedaban jugadores que habían ganado la Intercontinental, como Jorge Seré, Felipe Revelez, Hugo de León, José Pintos Saldanha y Yubert Lemos. Mi juego era más para Peñarol porque era peleador, rebelde y encima les hacía goles. Tuve que pagar varias multas porque me expulsaron muchas veces.
¿Quién fue el compañero más loco que tuviste?
Sin dudas que Sebastián Abreu. Lo conocí siendo muy pibe cuando fui a jugar a Defensor Sporting porque en Colón no me dieron continuidad. El Loco jugaba como si estuviera en su barrio, no le importaba nada. Un día me confesó que yo era su ídolo y que por eso me hacía caso. Le sugerí que le comprara una casa a sus padres y le regalaba ropa deportiva porque era muy humilde. Me lo encontré 15 años después y era otra persona, muy distante. Pero lo supe entender.
¿Pudiste domarlo a Fabian O’Neill?
Fabián fue un chico espectacular y el destino quiso que yo tuviera la oportunidad de jugar en primera cuando se rompió la rodilla. Con semejante jugador adelante yo no hubiera tenido la chance de ser lo que fui en Nacional. Lo llevaba de la pensión a Los Céspedes, que es el centro de entrenamiento, y muchas veces se entrenaba sin haber dormido porque se iba de joda. Me cansé de hablarle para que fuera más profesional porque tenía todo. Era guapo, hábil, zurdo y cabeceaba como los dioses. No en vano jugó en la Juventus. Era muy bueno con todos y muy malo con él mismo. Se quedó sin plata porque te daba lo que no tenía. Lamentablemente se nos fue.
¿Fuiste dirigido por tu ídolo?
Tuve el honor de ser dirigido por uno de los héroes del fútbol argentino. El honor de ser capitán de The Strongest cuando Mario Kempes era el técnico. Mira la grandeza de Mario que cuando llegó me pidió que lo asesorara diciéndole cómo veía al equipo. Lo iba a ver a su departamento y me recibía sin remera, un pantalón corto, fumando y tomando un vasito de whisky. Conservaba la humildad de aquel pibe de los potreros de Bell Ville. Me decía “Vidal, yo soy feliz así”. En el fútbol boliviano es donde más dinero gané.
¿Jugar para tu pueblo era una cuenta pendiente?
Cuando tenía 12 años me fui a probar descalzo a Candelaria y no me ficharon porque estaba desnutrido. Por eso tenía la necesidad de cerrar mi carrera en el club de mi pueblo. Y cuando me retiré me invitaron a participar en política y me hicieron creer que era rubio y de ojos verdes. Desde 2003 a 2007 fui intendente de mi pueblo y hasta el día de hoy estoy arrepentido de haber tomado esa decisión. La gente me había declarado ciudadano ilustre y luego de la política muchos pusieron en duda mi honestidad. (Por Sergio Chiarito – TN )