Las ballenas y delfines ocupan un rol «fundamental» dentro del ecosistema marino, pero en la actualidad «los continúan cazando» y se ven amenazados por el cambio climático, advirtieron organizaciones no gubernamentales de protección de océanos y de animales, en el marco Día Mundial de las Ballenas y los Delfines que se celebra este domingo.
En el Mar Argentino «hay más de 20 especies de estos cetáceos», recordaron, también hoy, a través de Twitter desde la iniciativa interministerial Pampa Azul, del Gobierno argentino, que articula acciones de investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación para proporcionar bases científicas a las políticas oceánicas nacionales.
Entre las ballenas presentes están la franca austral, jorobada, azul, sei, minke y rorcuales; y, entre los delfines, los toninas, orcas, calderones, marsopas, delfín austral y oscuro.
«Todas estas especies se alimentan en la plataforma continental argentina. Desde Pampa Azul articulamos acciones de investigación para dar bases científicas a las políticas oceánicas nacionales incluyendo la conservación y la creación y gestión de áreas marinas protegidas», precisaron.
La Comisión Ballenera Internacional (CBI) declaró el 23 de julio como el Día Mundial Contra la Caza de Ballenas en 1986, fecha que luego se convirtió en el Día Mundial de las Ballenas y los Delfines.
Desde la ONG Por el Mar, que impulsa acciones para la protección y restauración del océano, subrayaron que «la preservación de los cetáceos que se promueve mediante el Día Mundial de las Ballenas y los Delfines es de vital importancia para la conservación del ecosistema marino y, por ende, de toda la tierra».
«En 1986, la CBI implementó una moratoria a la captura comercial de ballenas, lo que quizás fue el paso más importante que se dio hasta ese momento para su conservación. Antes de aquella fecha todavía se realizaban capturas comerciales de miles de ejemplares en todo el planeta. Si bien todavía se siguen cazando, por suerte cada vez son menos y, desde entonces, varias de las poblaciones comenzaron a recuperarse», recordó en un comunicado Miguel Iñíguez, presidente de la Fundación Cethus, ONG sin fines de lucro que se dedica a la investigación, conservación y divulgación de los cetáceos.
Cuando la prohibición a la caza entró en vigencia en 1986, «3 millones de ballenas habían sido asesinadas por las flotas balleneras industriales durante el siglo XX», agregó por su parte a través de la cuenta oficial de Twitter la co fundadora del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB Argentina), Roxana Schteinbarg, organización civil sin fines de lucro cuya misión es la conservación de estos cetáceos y los océanos a través de la investigación y educación.
No obstante, tras la moratoria, «Japón siguió cazando ballenas, aprovechando un vacío legal, argumentando falsos fines científicos, y Noruega e Islandia lo hicieron bajo objeción y reserva de la moratoria», denunció Schteinbarg.
Y concluyó que «las diversas consideraciones científicas, como el rol de las ballenas en el funcionamiento de los ecosistemas marinos y sus contribuciones para mitigar las consecuencias del cambio climático deberían ser argumentos suficientes para detener por completo su cacería. Sin embargo, aún se las continúa cazando».
En Argentina, la especie de ballena más emblemática es la ballena franca austral, que también tiene su propio día nacional cada 25 de septiembre.
«Con la recuperación de la población de estos animales en nuestro país, hoy pueden verse ejemplares con frecuencia no solamente en Península Valdés, sino a lo largo de todo el litoral patagónico, con presencia de ballena franca en la costa bonaerense, Río Negro, a lo largo de la costa santacruceña y también con registros en Tierra del Fuego», agregó Iñíguez.
Asimismo, el especialista destacó que «todo el Atlántico Sur es un área de no captura de ballenas» y que, en la actualidad, «las amenazas más importantes que sufren los cetáceos son los efectos del cambio climático sobre su principal alimento, el krill».
«Si se reduce la cantidad de krill esto afecta a todas las especies que se alimentan de krill», advirtió.
De la misma manera, en las zonas donde existe un alto tráfico de embarcaciones «ocurren impactos sobre las ballenas y las embarcaciones más grandes a veces ni se dan cuenta», agregó, y, además, «hay mortalidad por los aparejos de pesca, ya que los animales quedan enredados».
Por último Iñíguez resaltó la importancia de convenios como el que firmaron el Gobierno de Santa Cruz y la Fundación Por El Mar, Ambiente Sur y Conociendo Nuestra Casa, ya que uno de los puntos acordados implicará la conservación de los bosques de algas de Santa Cruz, colchones de agua del que dependen varias especies de cetáceos.