El arte, como pocas actividades, tiene la prerrogativa de la libertad. Como contrapartida, la gente, el destinatario, tiene la de aceptar o rechazar aquello producido. En consecuencia, también se tiene la libertad de opinar. Hecha la salvedad, el comentario.
Argentina acaba de transitar un mundial de fútbol inédito. La primera vez que accede a tres estrellas como campeón mundial. Y, paralelamente, la primera vez que su hinchada recibe el premio internacional como la mejor del mundo. Estuvo allí transparente, en el campo de juego, en la lejana Qatar. Pero también en cada rincón del país, en cada casa. Fue épico.
¿Y cuál será la primera serie “argentina”, que verán los nacionales y los extranjeros? “Barrabrava”, así de fácil. Una producción de Prime Video que, acaso para amortiguar el impacto, anuncia otra de la Selección Argentina.
Las plataformas están llegando a la Argentina, atraídas por la calidad de los artistas y los técnicos argentinos y la baratura que significa llegar con dólares y cambiarlos a pesos argentinos. Ese es su interés. El otro es abordar aquello que pueda atraer públicos. Y Argentina, hoy por hoy, es una marca demandada.
La cuestión es, sin embargo, y ya desde una perspectiva estrictamente argentina, si no se ha sondeado hasta el hartazgo, la permanente descalificación del argentino. La de “este país de mierda”. La tentación es mucha: no será obra de esa visión chiquita de un puerto, de la margen derecha del Río De la Plata. Esa visión que desconoce al país en su integralidad, Es la pregunta.
Porque durante el transcurrir del Mundial y luego de la victoria final, se conocieron decenas de “historias mínimas”, conmovedoras de personas, jóvenes, familias, compartiendo la pasión por el fútbol. Las redes sociales viralizaron más de una anécdota. Muchas de ellas conmovieron hasta las lágrimas. Y después el final, las millones de personas cantando, celebrando en las calles, en todo el país. Sin convocatorias de ninguna especie, sólo movidos, por una pasión, por la alegría de ver lo que se ama: jugar al fútbol, en la mejor acepción de la palabra jugar para jóvenes y adultos.
Pero esos millones y esa pasión, increíblemente están invisibilizados. Ni siquiera llegan al título de una serie. Les gana el “barrabrava”, un fenómeno que existe en la Argentina, como en otros lugares del mundo, pero que no es sinónimo de la pasión por el fútbol. No es el fenómeno de los ”hooligans” (los hinchas de nacionalidad británica que producen disturbios o realizan actos vandálicos, que en ocasiones pueden derivar en tragedias) de Inglaterra.
Poco importa en realidad el grado de vandalismo. Todo vandalismo es condenable. Toda tragedia dolorosa, como la de la “Puerta 12”, la avalancha que se cobró la vida de 71 personas, la mayoría menores de edad y dejó a otras 113 heridas. Fue después de un clásico Boca-River Plate y esa puerta era por donde salían los seguidores del equipo visitante, en este caso, Boca. Ocurrió un 23 de junio de 1968 y hay quienes califican lo ocurrido como “la mayor tragedia del fútbol argentino”.
Ahora bien, lo que ahora ha sucedido, el triunfo mundial, en el fútbol y como hinchada ¿no merecían una mirada?
Actualmente se está jugando el Sub-20 y tras un primer fracaso –la no calificación que llevó al DT Javier Mascherano a presentar su renuncia- y la actual performance que le ha valido a esta Selección una victoria tras otra y acceder a los octavos de final, vuelve por más expresiones de acompañamiento. Más imágenes de las hinchadas, más imágenes de los jugadores, emocionados, asombrados de las goleadas. Como ocurrió cuando uno de ellos, luego de la victoria sobre Nueva Zelanda, se acercó a las rejas para tocar a sus familiares y amigos, que solo sonreían. Y se dio la vuelta para mirar a la cámara y sacarse con ellos, la fotografía del recuerdo imborrable. Esa que acaso, otra vez, vuelva a ser ignorada.
Fotografía: sisanjuan.org.ar